Por Jorge Guerrero
En columnas anteriores de esta sección, he escrito sobre emociones que son exclusivas de la naturaleza humana, como el optimismo, el pesimismo, y cómo afectan la salud. Hoy abordaremos el sentimiento de la vergüenza, esa sensación incómoda y a menudo paralizante que todos hemos experimentado en algún momento. La vergüenza es mucho más que un simple malestar pasajero; se trata de una emoción compleja, profundamente arraigada en nuestras experiencias y normas sociales, que puede tener un impacto devastador en nuestra salud tanto física como mental.
La vergüenza surge cuando sentimos que hemos fallado en cumplir con las expectativas propias o ajenas, o cuando tememos ser juzgados de manera negativa por los demás. Es una emoción que nos lleva a sentirnos expuestos, vulnerables y, a menudo, indignos.
El impacto de la vergüenza en la salud es profundo. Diversos estudios han demostrado que la vergüenza crónica está estrechamente vinculada con niveles elevados de estrés y ansiedad, ambos factores que pueden desestabilizar el equilibrio del cuerpo y la mente. Esta respuesta de estrés prolongado puede llevar a un debilitamiento del sistema inmunológico, problemas cardiovasculares y, en última instancia, a un aumento del riesgo de desarrollar enfermedades mentales como la depresión.
Además, la vergüenza puede afectar nuestra capacidad para enfrentar desafíos y resolver problemas. Las personas que sienten vergüenza suelen tener dificultades para buscar ayuda o expresar sus necesidades, lo que las coloca en una posición de mayor vulnerabilidad ante situaciones estresantes o difíciles.
Uno de los efectos más preocupantes de la vergüenza es cómo puede interferir con la atención médica. Este retraso puede resultar en diagnósticos tardíos, cuando la enfermedad ya ha progresado y las opciones de tratamiento se han reducido drásticamente.
Por ejemplo, el cáncer de próstata, el cáncer de mama y el cáncer de cérvix uterino son enfermedades en las que la detección temprana es crucial para mejorar las tasas de supervivencia. Sin embargo, muchos hombres posponen las visitas al médico por vergüenza o incomodidad al someterse a exámenes rectales, necesarios para la detección del cáncer de próstata. De igual manera, muchas mujeres evitan las pruebas de Papanicolaou o las mastografías por el pudor que sienten ante el examen ginecológico y mamario. Estos retrasos en la atención pueden resultar en diagnósticos cuando la enfermedad ya se encuentra en etapas avanzadas, limitando las opciones de tratamiento y reduciendo significativamente las probabilidades de supervivencia.
En este sentido, es fundamental reconocer que la vergüenza, aunque sea una emoción natural, no debería tener poder sobre nuestra salud. La educación y la sensibilización sobre la importancia de la atención médica oportuna son esenciales para romper este ciclo. Además, es vital que las instituciones de salud trabajen para crear entornos donde los pacientes se sientan seguros y respetados, sin temor al juicio o la humillación. Sin embargo como bien dijo Ramón de Campoamor, “Nada es verdad, nada es mentira, todo es según el cristal con que se mira”.
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