Cada vez que tomamos una pastilla, aplicamos una pomada o nos inyectamos una vacuna, participamos en uno de los logros más extraordinarios de la humanidad: la creación de medicamentos. Y aunque hoy forman parte de nuestra rutina “tómese una cada 8 horas”, pocas veces nos detenemos a pensar en todo lo que hay detrás de ese acto tan cotidiano como trascendente.
En el mundo existen más de 4,700 medicamentos aprobados para uso humano, entre moléculas químicas y productos biotecnológicos. Algunos salvan vidas en minutos, como la epinefrina en una anafilaxia. Otros curan infecciones, controlan el dolor, calman la ansiedad o ayudan a vivir con enfermedades crónicas. Sin embargo, no todos los medicamentos son iguales, ni llegan de la misma forma a todas las personas.
Para ordenar esta complejidad, la Organización Mundial de la Salud utiliza un modelo de clasificación llamado ATC (Anatómica, Terapéutica y Química). Este sistema organiza los medicamentos en cinco niveles: primero, por el sistema del cuerpo que afectan; luego, por su acción terapéutica, farmacológica, química y, finalmente, por su sustancia activa específica. Así, un solo medicamento puede tener un código que revela su uso, su efecto y su composición.
Este sistema ATC facilita no solo la clasificación internacional de medicamentos, sino también la comparación del consumo, los estudios de uso racional y las políticas de acceso a nivel mundial. Sirve de base para la elaboración de listas de medicamentos esenciales y es una herramienta clave para el análisis farmacoeconómico y clínico.
De hecho, la OMS mantiene una Lista Modelo de Medicamentos Esenciales, en la que selecciona aquellos fármacos que deberían estar disponibles para toda la población por su eficacia, seguridad y costo-efectividad. Esta lista incluye aproximadamente 840 medicamentos: 502 principios activos para adultos y 350 en la Lista Pediátrica. Sirve como guía mínima para que cada país adapte su propio cuadro básico.
En México, en su momento el extinto INSABI sugirió 298 claves de medicamentos esenciales, priorizados por su relevancia en los tres niveles de atención. No hay que olvidar que en nuestro país esta responsabilidad recae en el Consejo de Salubridad General.
Y no olvidemos otro aspecto: los medicamentos son poderosos, pero no infalibles. Pueden curar, sí, pero también causar efectos adversos, generar resistencias o requerir un uso adecuado para ser realmente eficaces. De ahí la importancia de prescribir, dispensar y utilizar con responsabilidad.
Detrás de cada tableta hay ensayos clínicos, investigación, regulaciones, evidencia y esperanza. También hay vidas humanas que dependen de su calidad, su disponibilidad y su correcto uso.
La próxima vez que tomes un medicamento, no lo hagas automáticamente. Piensa en lo que representa: un puente entre la ciencia y el bienestar, entre el conocimiento y el alivio.
Y recuerda, en la vida como en la salud, como bien diría Ramón de Campoamor: “Nada es verdad, nada es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”.

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