Por Ricardo Burgos Orozco
Todos los días en mis recorridos por el Metro, siempre me encuentro enamorados de diferentes edades, hombres y mujeres. No importa la hora; en la mañana muy temprano, al mediodía, en la noche. El año pasado, en la víspera del Día de San Valentín el 14 de febrero, vi a muchos jóvenes que traían entre sus manos un ramo de flores para entregarlo en su momento a sus novias, esposas y parejas, hombres y mujeres. Este 2024 no tiene por qué ser diferente.
En el Metro, tal vez más que en otro transporte por el volumen de usuarios que se mueven diario, entra muy bien aquella frase de “Quererse no tiene horario” de la canción Caballo de la Sabana de Simón Díaz. Hace dos semanas vi una imagen muy singular en los torniquetes de la estación Barranca del Muerto: Un hombre de mediana edad besaba insistentemente a una mujer, quien estaba del otro lado de los torniquetes. Por alguna razón se quedaron ahí varios minutos con esa escena mientras curioseaban decenas de personas que pasaban por ahí. Algunos sonreían y otros se quedaban observando por unos segundos.
Cientos de parejas desde hace muchos años se citan para verse “abajo del reloj”. Es un lugar clásico para encuentros incluso “a ciegas”. Personas que se conocen a través de redes sociales por imágenes, se ven, se gustan y se entienden. Tengo un amigo que me dice que así encontró a su esposa a través del Facebook, aunque la primera vez que se vieron fue en una parada de Metrobús.
Por supuesto, en el Metro encuentras parejas de diversas tendencias y eso es muy satisfactorio porque cada vez es menos la gente que critica o les parece mal que se dé esa apertura en nuestra sociedad. Hace unos días, me subí en la estación Hidalgo en la noche, a uno de los últimos vagones del tren, cuando dicen que hay escenas atrevidas de las parejas homosexuales que viajan a esa hora. Sí vi un par de jóvenes hombres que se acariciaban y se besaban entre ellos, pero no más allá de lo que podría hacer cualquier pareja heterosexual. Yo pasé a las diez y media de la noche; a lo mejor se pone más intenso conforme se acerca el cierre del servicio a las 12 de la noche.
Una tarde, hace dos meses aproximadamente, me llamó la atención un par de hombres, barbados, de botas y chamarras de cuero, abrazados muy cariñosamente y besándose afuera de la estación Chapultepec.
También los rincones, esquinas, muros y hasta andenes son usados por infinidad de parejas de todas las inclinaciones para platicar, abrazarse y darse algunos besos furtivos, sin importarles que pasen junto a ellos decenas de personas, como lo he visto en Mixcoac algunas ocasiones en las tardes de regreso del trabajo.
En Garibaldi – Lagunilla me tocó observar el año pasado a un par de hombres jóvenes que estaba muy cariñoso platicando en una de las salidas de la estación y otra vez en Centro Médico, en plena pandemia, una pareja heterosexual se besaba frecuentemente sin cubrebocas. Riendo le pregunté al chavo ¿Y el cubrebocas? Y me respondió de inmediato con otra sonrisa: ahorita me lo pongo cuando termine de besarla.
Exactamente el 14 de febrero del año pasado, por la tarde, venía del Zócalo hacia Ermita y desde San Antonio Abad, noté que había filas de automóviles en las entradas de los hoteles que se encuentran a lo largo de la calzada. Me dijo un empleado de uno de los hoteles que el Día del Amor o de San Valentín de todos los años, se saturan esos lugares y a las parejas no les importa hacer filas de horas ¡Ah – pensé – entonces para ellos quererse sí tiene horario y fecha en el calendario!
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