Simón Vargas Aguilar
Hoy domingo celebramos un año más del nacimiento de Jesús de Nazaret; la magia ha comenzado a invadir cada uno de los espacios, el frío de alguna manera nos alienta a buscar el calor, no solo literalmente sino también de forma metafórica, queremos regresar al hogar, al abrazo de los nuestros, a las sonrisas cálidas y a las palabras de cariño.
Es cierto que cada quien podría tener una percepción diferente de la Navidad, para los niños se relaciona con juguetes y regalos, los adultos inmediatamente lo asocian con compras y fiestas; sin embargo, así como hay gente que la vincula con sonrisas, abrazos, cenas aunadas a horas de pláticas y anécdotas, también hay quien, lamentablemente, no cuenta con nada de ello, ni siquiera con una cena digna; por eso, hoy les invito a recordar que no hay mejor manera de honrar la imagen de Jesús que caminar juntos, compartir con alguien más un poco de lo que tenemos y hacer a un lado los intereses personales para trabajar por el bien común.
En fechas recientes mucho se ha hablado de la sinodalidad, tema por demás importante y no solo exclusivo de la iglesia católica, pero frecuentemente usado por nuestra institución; ha llegado para de manera profunda recordarnos la esencia de las enseñanzas de Jesús de Nazaret: amar al prójimo, estar en continuo aprendizaje a través de un crecimiento espiritual y personal, trabajar mancomunados por la paz, escuchar con el corazón abierto, tender la mano al necesitado, perdonar y perdonarnos, pero sobre todo el término hace referencia a caminar juntos y no solos.
Hoy la Navidad debe convertirse en un momento de reflexión y es que con el paso de los años la rapidez y vertiginosidad con que avanza la vida ha hecho que la indiferencia se apodere de nosotros, es por ello que la sinodalidad nos invita a prestar verdadera atención al prójimo, a sus vivencias y experiencias; incluso el Cardenal Christophe Pierre, Nuncio Apostólico en los Estados Unidos, mencionó: “Escuchar afirma la dignidad de cada persona y expresa respeto por las voces, los deseos legítimos, los problemas y los sufrimientos del pueblo de Dios”; escuchar también implica guardar silencio, acallar los pensamientos y los prejuicios, mirar como lo hizo aquel pequeño niño al nacer: con bondad y fe, confiados en que los designios de Dios son perfectos para cada uno de nosotros, convencidos de que no soltará nuestra mano ante las adversidades y seguros de que Él es y será nuestra paz.
El nacimiento de Jesús debe evocarnos un respiro ante la cotidianidad y un regreso hacia la esencia del verdadero cristianismo, porque hoy se requiere que la Sinodalidad sea un eje central en nuestra vida.
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